CASA DE PAZ

"En las Manos de Dios"

Día: 35 - Semana: 6 - Autor: Pr. Bernado Afranchino

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Pasaje

En las manos de Dios


Desarrollo

Una de mis hijas solía venir a buscarme cuando tenía dos años y pedir: “¡Al aire, papá, al aire!” Ella quería que la lanzara hacia arriba y la agarrara. Lo hacía y le encantaba. Mi otra hija veía esto y me pedía que la lanzara también. Sin embargo, cuando ella llegaba arriba, su cara se contorsionaba en puro terror. Cuando la agarraba, se aferraba a mí con manos y piernas y suplicaba: “¡No, papá!¡No más!” Más tarde consideré por qué el mismo vuelo le daba alegría a una y aterraba a la otra. Una enfocaba mi capacidad para agarrarla y la otra enfocaba la imposibilidad de controlar el vuelo. Conforme mis hijas adquirían más independencia, me hallé yo mismo en una situación similar. Todavía las veo volando por el aire, pero en lugar de ser yo el que lanza y agarra, Dios las lanza mientras yo observo impotente a la distancia. En esos momentos me doy cuenta agudamente de la lucha entre mi confianza en la capacidad de Dios a diferencia de mi propia capacidad. Todo padre enfrenta esta tensión. Queremos que nuestros hijos sigan a Dios, pero titubeamos en cuanto a permitir que Dios los dirija. Nosotros queremos proveer para ellos, protegerlos y dirigirlos, de modo que reciban el bien que deseamos para ellos. Así que en extraña ironía el mismo amor que quiere lo mejor para ellos se vuelve la barrera que les impide recibirlo. No podemos aferrarnos a nada, ni siquiera a un hijo o hija, más que a nuestra confianza en Dios. Si de manera auténtica confiamos en la soberanía y poder de Dios, descansaremos en la seguridad de que nuestros hijos e hijas están seguros ante el peligro en sus camas en casa. Por otro lado, si Dios permite que vayan antes que nosotros al cielo, ninguna protección impedirá tales circunstancias. Nuestra consolación viene al confiar en un Dios que sigue estando en control completo y que realizará sus propósitos incluso en las peores circunstancias. Eso no puede cambiar, aunque parezca que el mal haya ganado el día. Jacob disfrutó, no sólo de la restauración de Benjamín, sino de mucho más de lo que podía haberse imaginado. “No pensaba yo ver tu rostro” le dijo Jacob a José, “y he aquí Dios me ha hecho ver también a tu descendencia” (48:11). Jacob casi parece avergonzarse de haber dudado de la gracia y soberanía de Dios en algún momento. Aunque Jacob no pudo escudar a su hijo del peligro, “el Señor estaba con José,” y así sabemos que Dios está con nuestros hijos sea cuando están bajo nuestro cuidado o lejos de la seguridad que nosotros podemos proveerles.

En las Manos de Dios