CASA DE PAZ

“Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos...

Día: 18 - Semana: 3 - Autor: Pr. Bernado Afranchino



Pasaje

“Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor”. (Efesios 6:4).


Desarrollo

¿Cómo establecer concenso, pautas de convivencia y límites a los hijos, sin que alguno de los integrantes de la familia se sienta agredido, discriminado, distanciado, falto de amor, cariño o de compañía? Son preguntas que los padres deberíamos hacernos constantemente para no herir a nuestros hijos.

Una vez tras otra las parejas cuentan acerca de los problemas, las broncas de sus hijos, sin tal vez analizar la causa que provoca esos estados de ánimo. Muchas veces deberíamos mirar hacia nuestro interior para tratar de observar y meditar acerca de lo que estamos haciendo mal, partir de nosotros mismos para luego ver cómo se están reflejando cada uno de nuestros hijos, y cómo han interpretado cada actitud y por sobre todo saber qué sienten.

Cada niño será distinto que otro, actuará, disfrutará, se emocionará y reaccionará de distinta forma que sus pares. Es por esto que no se debieran hacer comparaciones entre ellos; esto daría motivo a discusiones permanentes, dejando a alguno en tristeza e ira, falto de seguridad y autoestima.

Un niño que no se siente deseado, amado, escuchado, será, probablemente, un niño vacío de amor, temeroso, adolescente inseguro y hasta adulto irresponsable.

Los padres que nutren a sus hijos tienen una actitud positiva, los alientan y alaban, son cariñosos, logran comunicarse, estableciendo el lazo de amor. Y si necesitan aplicar disciplina, lo hacen en amor, sin apartarlos mediante rezongos, burlas o destrucción de su autoestima, con el propósito de ayudar al crecimiento de los hijos, sin herirlos ni discriminarlos.

Los padres debemos actuar en amor de manera que honre a Cristo, tratando a nuestros hijos como Cristo trató a las personas que amó. Esto es vital en el desarrollo de los hijos y en el concepto que tengan del Señor.

Por último, pidamos al Señor para la crianza de nuestros hijos “sabiduría de lo alto”, que es, primeramente pura, después pacifica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocrecía.